Influencias

sábado, 7 de julio de 2007

PEDALEANDO POR LA VIDA


A los cuatro años tuve mi primera bici... recuerdo que era una Oxford verde, con un canastito adelante y las típicas rueditas a lo Freddy Turbina (ídolo, maestro, Gurú, Sensei). En esa chancha aprendí a andar. Años más tarde, tuve una de esas antiguas, altas con las ruedas chicas (aro 16, si la memoria no me falla), amarilla y de marca desconocida, lejos una de las cletas más cómodas que haya montado.

Pero llegó la decisiva navidad del '96. Mi regalo estaba escondido en "la - casa - de - mi - abuelo" (eufemismo de "la cueva del demonio") y grande fue mi sorpresa, cuando mi papá retiró la sábana y relució una brillante Bianchi Génesis Plateada, cambios Shimano, 21 velocidades, aro 26 y toda la parafernalia de las Mountain Bike que salieron en esa época.


Con ella me tiré por calles en pendiente, a toda velocidad y en sentido contrario. Incluso una vez casi me atropellan de frente y en otra ocasión se me cortaron los frenos (tenía 11 años). Qué puedo decir, siempre me han gustado las emociones fuertes...

Diariamente, desde sexto básico, me llevó al colegio los años que no usé jumper. Es más, solía hacerme la loca cuando me jodían los inspectores por ir todos los días con buzo, sin importar el clima. Por lo tanto, mi chancha querida ha soportado las inclemencias de la lluvia, el viento, los bocinazos y las autoridades escolares. Juntas hemos recorrido barrios, plazas, pueblos perdidos en el mapa, carreteras rurales y visitado amigas.


Sin embargo, cuando llegué a Santiago, el temor a la delincuencia y al poco respeto que tienen los automovilistas por los cicleteros me obligó a cambiar mi forma de desplazarme por la ciudad. Tuve que dejar mi chancha en la casa, para que no me la robaran, no me quedó otra que andar en "Dosh" y aprender a viajar en micro, porque el metro igual es a prueba de tontos.


Si mis primeros años en la capital fueron un infierno, en parte fue porque me sentía frustrada de no poder utilizar un medio de transporte que siempre me resultó natural. Además, es el único deporte que no me resulta una TORTURA (¿Escucharon profesores de Ed. Física, fanáticos de las flexiones y abdominales, mientras ustedes flojean mirando el libro de clases?).
Pero ahora nos estamos reconciliando. Les guste o no a mis viejos/automovilistas/viejas cahuineras en general/gente que me mira feo en la calle cuando voy en cleta; no pienso dejar que esta ciudad de mierda me convierta en un ser inerte como el resto, sin derecho a tomar mis propias opciones.

¡Estoy harta de la lata de sardinas desde Vicente Valdés hasta Baquedano!, ¡Estoy chata de la 210!, ¡Me tiene podrida que el terminal Lo Ovalle no tenga ningún recorrido alimentador que pase por la casa de mi abuela!, ¡Estoy hasta la coronilla de desperdiciar media hora en un paradero para irme de pie por más de una hora!, ¡Detesto distribuir mi día en horario punta y horario valle!, ¡Me tiene hasta AQUÍ no poder mirar la ciudad desde la perspectiva que a mí me gusta!

Por eso jamás venderé mi chancha, que me ha sido leal por más de 10 años. Prefiero regalársela a mi hermana, antes que vendérsela a quizás qué desconocido. Por eso le hago un cariñito cada vez que puedo. En el verano le cambié el asiento y regularmente le hago su mantención. No dejo que ninguno de mis primitos "demonio - de - tasmania" se acerque a ella.

Mi bicicleta es mucho más que un medio de transporte o una forma entretenida de bajar de peso, es una compañera de viaje.

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