Influencias

martes, 25 de septiembre de 2007

MULTIORGASMO MUSICAL Nº10: GETTING PAST THE STATIC (JEN WOOD)

No pregunten la razón, pero esta noche estoy muy, pero muy feliz. Por eso le robo un espacio en el blog a Julieta Urbana para criticar mi disco favorito como Tamara González (la persona que posee la cabeza donde vive JU).

Jen Wood partió su carrera en un dúo llamado Tattle Tale, a comienzos de los '90, el cuál logró cierta notoriedad en el ambiente de la música alternativa o indie, cuando el tema Glass Vase Cello Case fue incluída en la banda sonora de la película But I'm a Cheerleader (Pero yo soy una porrista). La cinta trata acerca de una adolescente lesbiana que es enviada por sus padres a un centro de "rehabilitación" para homosexuales.

GETTING PAST THE STATIC (1997) es el segundo trabajo en la carrera solista de esta joven oriunda de Seattle. Con un manejo impecable de la guitarra -instrumento que en ocasiones sólo es es acompañado de un violín- y una voz limpia, llena de matices; Jen Wood logra una música minimalista, pero al mismo tiempo cargada de potencia y frescura.

En cuanto al contenido de sus letras, Wood no se anda con chicas. No habla de cosas muy lindas, a menos que encuentre tierno regalarle una caja de balas a la persona que le quita más de un suspiro al día (Bullet box). La ventaja es que dice las cosas claras, sin medias tintas: al pan, pan y al vino, vino. Nada de eufemismos y no lo manda a decir con nadie (como la canción Stay).

Acá puede escuchar Invitation to Plastic y saber por qué este es uno de mis discos de cabecera...




GETTING PAST THE STATIC/JEN WOOD (1997)

1. Invitation to Plastic
2. Caught Halo
3. Three thorns torn
4. Bend
5. Candy
6. Bent over
7. Your turn
8. Q is for question
9. Bullet box
10. Spoken for
11. Stay
12. Ocean


Para "Mike", por ser tan diferente a Julieta Urbana. Por ser el único que se muestra tal como es en este mundo lleno de máscaras.

viernes, 14 de septiembre de 2007

CARTAGENA VICE

Lo recuerdo como si fuera ayer. Le pregunté a mi padre si teníamos alguna opción de salvarnos. Él aspiró su cigarro y de un suspiro, soltó una gran bocanada de humo en vez de oxígeno.

- “Hija, ¿tú crees en Dios?”, me preguntó.

- “No sé. Mi punto de vista es más bien científico: por un lado, no tengo pruebas de su existencia. Sin embargo, tampoco tengo evidencia de lo contrario”. Señalé.

- “¿Por qué siempre tení' que ser tan racional?” Me criticó, rascándose la frondosa barba que se dejó crecer desde el '95, como una forma de burlarse de la gente que lo mira raro por usar el pelo largo en las reuniones de apoderados. “Son una tropa de arribistas de cartón. Actúan como si vivieran en Las Condes, cuando su realidad es La Cisterna”, recuerdo que solía decir.

- “Y tú, ¿creí' o no?” Le cuestioné, sacándole la cajetilla del bolsillo de su camisa.

- “¡Ah, estai' patúa...!”

- “No te vas a morir porque te saco un cigarro”.

Miró al horizonte, como siempre lo hace cuando dará una opinión demasiado personal. Quedó maravillado con unas gaviotas que volaban sobre un barco de la Armada, algo inusual en una playa como Cartagena. Me contestó luego de un prolongado silencio.

- “Observa a toda esta gente”. El lugar estaba repleto, era enero. “Si Dios existe, ¿tú crees que le dé el cuero para preocuparse de la vidita de cada uno de estos seres?”. Lo miré incrédula, pero el comentario me causó gracia.

En ese momento, mi hermana salió del agua, gritando “¡SOY UNA SIRENA!, ¡SOY UNA SIRENA!”. Mi padre nos tomó a cada una de la mano, mientras la “sirena” de Cartagena cantaba la “Cuncuna amarilla”. Mi madre nos observaba desde el quitasol arrendado, mientras se aplicaba protector solar. En ese momento, caminándo hacia ella, supe que estábamos solos en el mundo.