Influencias

lunes, 28 de marzo de 2005

Aeropuerto

Llegué como a las 3 de la mañana, no me gusta llegar atrasada a ninguna parte. Por un buen rato me entretuve mirando el televisor que indica las llegadas y las salidas. No obstante, la ansiedad no tuvo piedad de mi y comencé a comerme las uñas, cosa que nunca hago. De cualquier forma, mis manos son horribles.

Como a las 7 de la mañana ví pasar a una mujer con su hijita de unos dos años y medio. La niña se metió debajo de una silla mientras su mamá presentaba los papeles en interpol. Cuando la pequeñita salió de su escondite no vió a su mamá y comenzó a llorar, por suerte ésta se encontraba sólo a unos metros. La mujer era rubia, alta y andaba vestida como la versión femenina de Indiana Jones; supuse que era europea, posiblemente holandesa.

A las 9 de la mañana me vencía el sueño. Comencé a cuestionarme por qué era todo tan blanco, me parecía estar sedada en un hospital. Me tomé un café y me quedé dormida. Me tapé con la chaqueta, pero aún así uno de mis brazos quedaba descubierto.

Desperté como a las 12 y era tal mi angustia que ni siquiera sentía deseos de comer, como máximo llené mi estómago de agua para no sentir fatiga. En el televisor se registraba la llegada de un vuelo desde Canadá, había aterrizado hace 5 minutos.

Mi ansiedad se fue haciendo cada vez más grande. Me compré un libro, edición de bolsillo. En dos horas avancé 3 páginas. Intentaba leer, pero era más grande la tentación de ver como llegaba la gente que se bajaba del avión.

Ya entrada la tarde empecé a mirar hacia el horizonte, recorrí el edificio, miré como despegaban los aviones y pronto me dí cuenta que no sabía a quien estaba esperando realmente. Después llegué a la conclusión de que tenía la necesidad imperiosa de esperar a alguien, no importó mucho quien fuera.

Pero si hablamos de lógica, yo no tenía nada que hacer en ese aeropuerto...

Tomé el bus de regreso al terminal, en el centro y tomé el metro a casa. Ya era de noche y había luna llena; no prendí la luz para no arruinar el cuadro. Saqué una cerveza del refrigerador y me senté en la terraza. Como es costumbre, nadie me estaba esperando a mí.

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