Influencias

viernes, 19 de junio de 2009

PULSAR - GUSTAVO CERATI.MP3

Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4




En viaje hacia la redención
La luz no deja de pulsar
Creo en el amor, porque nunca estoy satisfecha
Es mi salvaje corazón
Que llega justo a tiempo...

Los médicos poco a poco fueron ocupando los asientos en la sala de reuniones.

- Doctor Uribelarrea, háblenos de los avances con su última paciente... dijo la directora de la institución.
- Muy bien... Se trata de María Soledad González, tiene 26 años y presenta un cuadro alucinatorio que está más cerca de la Neurosis que de la Esquizofrenia, puesto que tiene plena consciencia de la realidad, pero pretende evadirla a propósito. En pocas palabras, lo que ella quiere es vivir su fantasía, como una realidad paralela creada por ella misma.
- Explíquenos acerca de sus alucinaciones... dijo el Doctor Berthelot.
- Bueno, ella habla con un esposo que no existe, al cual llama Holden Caulfield, como el protagonista de la novela El Guardian en el Centeno de J. D. Salinger. Los únicos indicios de que esta persona existe son los dibujos de la paciente, pero sus familiares jamás lo han visto o han hablado con él. Además, ella insiste en que la llamen Julieta, cuando su verdadero nombre es María Soledad.
- ¿Cómo llegó acá? Preguntó la Doctora Ortiz.
- Ella tuvo un episodio agresivo contra una ex pareja de hace años, perdió el control de sus emociones y de la situación, arriesgando su propia vida y la de los demás. Fue traída por sus padres hace un mes.
- Por qué descarta la hipótesis de la Esquizofrenia... Preguntó Correa.
- El paciente esquizofrénico no puede distinguir entre la realidad y su delirio, pero la señorita González quiere vivir en una realidad creada por ella misma. Es como si el mundo para ella fuera tan insoportable, que en vez de enfrentarlo se inventó un universo paralelo que funciona a su antojo, porque lo puede controlar. De todas formas la mantendré en observación para estar completamente seguro que no se trata de Esquizofrenia. Respondió Uribelarrea.
- ¿Cuál es el tratamiento que se le está dando? Preguntó Ortiz.
- Partimos con ansiolíticos, antipsicóticos y un tranquilizante para la noche. Sin embargo, no ha mostrado ningún progreso. Ustedes saben que yo no soy partidario de los métodos drásticos, pero ya que no hay respuesta a los medicamentos, no me quedó más opción que programar 4 sesiones de electroconvulsión. La primera se hará hoy, a las 5 de la tarde.

Horario de visitas, habitación de Julieta.

- Amor, mírame a los ojos y escúchame... TÚ NO ES-TÁS EN-FER-MA.
- Sí lo sé, Holden, pero yo no estoy bien. No me siento bien... Los doctores dicen que tú no eres real y yo ya no sé qué creer.
- Y a fin de cuentas, quién sabe la diferencia entre lo real y lo no real... ¿Qué es lo real? ¿Quién decide que algo sea real? Nosotros mismos Julieta. Nosotros hacemos la realidad y eso es lo único que cuenta.
- Pero Holden...
- Escúchame una cosa (la toma de los hombros)... A mi me da exactamente lo mismo lo que digan esa tropa de matasanos. Lo único que tengo claro es que yo soy el hombre que te ama, y que nunca te va a dejar sola, pase lo que pase. Entonces... A quién le vas a creer, al idiota de Uribelarrea o a mi.
- Por qué tiene que ser todo tan difícil... (Llora, Holden la abraza y trata de calmarla).

Entran las enfermeras, le ponen una bata a Julieta y se la llevan a la sala de electroconvulsión. La acuestan en una camilla, le amarran los pies y las muñecas con unas correas y le colocan anestesia. Holden llora en una esquina y con el primer golpe de electricidad, se da vuelta para no ver.

* Para The Strange, ella sabe por qué.

lunes, 15 de junio de 2009

[PARÉNTESIS MUSICAL] LA DISPUTE - YANN TIERSEN.MP3



El diablo se le apareció a la niña en un callejón oscuro, sin salida en el que abusó de ella. Sí, la misma niña que se orinó en su vestidito de domingo por el miedo. Fue cerca del mercadito... una fría tarde de junio. Me lo contó la vecina del panadero que tenía un cuñado policía que hacía guardia a unas pocas cuadras de ahí.

El diablo la dejó sola, abandonada a su suerte, en ese callejón oscuro y desierto. Ya consiguió lo que quería de ella, ya no le servía para nada.

La niña abrazó a su osito de peluche para protegerse del frío, pero aún así lo seguía sintiendo, porque estaba dentro de ella, no afuera, a pesar de las gotas de lluvia que caían de las escaleras de fierro de los edificios de ese callejón roñoso.

Sentía tanto asco, que quiso vomitar, pero al meterse los dedos hasta la garganta sólo consiguió un par de arcadas y escupir un poco de saliva.

Estaba tan paralizada por el miedo que no se le ocurrió salir del callejón a pedirle ayuda a los adultos, esos señores con reloj de cadena, sombrero de copa y bastón, o tal vez a esas señoras de traje largo hasta el suelo. La niña tuvo la necesidad de salir del callejón para hablar con esas señoras elegantes que leen y fuman cigarrillos en el parque, pedirles que por favor la protejan... que hace mucho frío.. que el diablo está cerca y que tiene un rostro, es un señor muy alto, delgado, con el pelo muy oscuro y largo, una nariz larga y deforme, y usa bigotes.

"POR FAVOR, SEÑORA, NO DEJE QUE EL DIABLO SE ME ACERQUE..." se imaginó la niña a sí misma gritándole a los adultos.

Pero no podía gritar, aunque quería hacerlo con todas sus fuerzas, pero la voz no le salía, porque la muerte la tenía agarrada del cuello y no la dejaba respirar. La muerte era una mujer de pelo castaño, muy largo. Vino desde lejos, con la neblina, la tomó del cuello y la azotó contra la pared. Con la otra mano, llevó el dedo índice hasta su boca en señal de silencio. Sus pupilas de un rojo muy intenso, como sangre asustaron a la niña, incluso más que el abuso de la muerte.

La niña por fin logró salir a la calle, abrazada a su osito de peluche y su vestidito de domingo todo manchado, pero los adultos no podían verla, porque nunca miran hacia abajo, siempre miran hacia el frente, hablando de sus proyectos, de todo lo que piensan comprar y de las fiestas a las que piensan asistir, de sus obligaciones y de otras tantas tonterías que no tienen la menor relevancia, pero nunca, nunca, nunca miran hacia abajo.

Los adultos no podían verla, la neblina que trajo a la muerte cubría toda la ciudad.