Influencias

sábado, 14 de diciembre de 2013

Silvina Guzmán Villamil

Esta historia la escribí escuchando la canción Cosmic Dancer de T. Rex.

Anoche, mientras intentaba dormir, alguien deslizó un sobre verde dirigido a Silvina. Lo tomé y lo puse encima de su escritorio. Confieso que me estaba matando la curiosidad por saber de qué se trataba, pero también tenía miedo de que la misiva tuviera más que ver conmigo que con ella y no quería poner en peligro a mis nuevos amigos.

Seguí leyendo El Guardián entre el Centeno de Salinger, hasta que salieron los rayos del sol. De pronto siento unos pasos que se aproximan desde el corredor.

- ¡BUEN DÍA! Saluda Silvina con su entusiasmo característico. A veces pienso que debería tomar más conciencia de los decibeles que utiliza.

Se amarra su largo pelo rubio en una cola de caballo y se prepara una taza de café negro sin azúcar ni endulzante, como todas las mañanas, al menos desde que estoy aquí. Abre el refrigerador y se lamenta porque se acabó el dulce de leche.

Se sienta a la mesa e inhala el vapor que sale de la taza para sentir la intensidad del aroma entrar por su nariz en todo su esplendor. Siempre con los ojos cerrados y una gran sonrisa. Cuando hace ese gesto me recuerda a Leticia Brédice.

De pronto despierta de su ensueño cafetero y me pregunta si he visto a Björn.

- Creo que está en el baño. Le contesté.

Se dirigió a la puerta del mismo y preguntó:

- Einarsson, ¿estás ahí?

- Sí, ¿por qué?

- ¡Apurate, que quiero hacer pis!

Björn sale del baño todo mojado y con la toalla en la cintura, para que Silvina pueda orinar. 

Vuelve al salón y revisa los papeles de su escritorio, encuentra el sobre verde, mientras lee su contenido veo como algo en ella se desmorona. Sigue leyendo a medida que camina por el pasillo y se encierra en su cuarto.

Pasa media hora... Dos horas y Silvina no sale.

- Silvina, ¿estás bien?, ¿quieres que te traiga algo de la cocina? Björn está preparando el almuerzo, ¿no vas a venir? -le pregunto y la escucho llorar del otro lado de la puerta.

Yo puse los platos sobre la mesa, mientras Björn trataba de convencer a Silvina para comer. Pasó tanto tiempo encerrado conversando con ella, que yo me quedé dormida en el sillón y las milanesas se enfriaron en la sartén.

 Luego de varios días de insomnio por fin estaba logrando tener un sueño cuando ella misma me despertó.

- Tengo ganas de salir un rato, ¿me acompañás al bar de la esquina?

- ¿Ahora?

- Sí, ahora -me responde ella, como una niña que no aguanta las ganas de revelar un secreto- Necesito hablar con alguien. ¿Puedo confiar en vos?

- Sí, sí. Vamos.

Me encojo de hombros, porque lo mío no es entablar lazos de amistad tan profundos. No es que me sea indiferente... Es que no sé cómo hacerlo. Me cuesta mucho trabajo confiar en la gente.

Nos pusimos los abrigos y bajamos la escalera del edificio sigilosamente. En este mundo lo más importante es no llamar la atención. Más que un rasgo cultural, es una medida de seguridad. Los centinelas están en todas partes y pueden aparecer en cualquier momento.

Llegamos al bar y nos sentamos en la mesa que está más al fondo, donde no hay tanto ruido. Silvina pidió un Fernet y yo un jugo de naranja. Estoy segura de que quiere hablarme de ese misterioso mensaje.

- Parece que ese sobre te afectó -dije yo, para iniciar la conversación.

- Es una carta de la familia de mi padre. Es para contarme que el viejo murió.

- Que pena, lo siento mucho...

- No te preocupes, no éramos tan cercanos. Falleció hace un par de días en el hospital. Tenía cáncer al pulmón, no lo pudieron atajar a tiempo e hizo metástasis. Y qué querés, ¡si se fumaba dos paquetes de cigarrillos al día!

Sus otros hijos me escribieron para contarme los detalles del funeral y del entierro, por si tenía ganas de ir.

- ¿Lo vas a hacer?

- No sé todavía, es muy complicado.

- ¿Se llevaban mal, te hizo algo?

- No, o sea... Nos llevábamos, por decirlo de alguna manera. En realidad lo conocí muy poco, ¿viste? Él nos abandonó a mi y a mi mamá cuando yo era chiquita.
Cuando ella se embarazó, él se hizo responsable y estuvo ahí, pero bajo ciertas condiciones... Mis abuelos no podían enterarse de mi existencia.

Eso a mi vieja le rompía las pelotas, porque él pensaba que dándome el apellido ya estaba haciendo un acto de grandeza por el que merecía un monumento en la plaza mayor, ¿viste?

Un día ella lo enfrentó, le dijo que sería ser un padre, tenía que serlo en un 100 por ciento, como corresponde, pero no así negándome delante de todo el mundo. Él le confesó que no podía, que su mamá estaba enferma, que le iban a quitar la mesada, el carro y todos los privilegios de niño rico malcriado. Así que mi vieja lo mandó bien a la mierda.

- ¿Crees que estuvo bien lo que hizo tu mamá? -Le pregunto yo.

- Totalmente... ¡Totalmente! Él no mostraba verdadero interés ni por ella ni por mi, siempre buscaba una excusa tras otra para no reconocer que tenía una hija por fuera. Pero eso lo asimilé mucho más tarde...

Mi mamá cortó todo contacto con él y nos fuimos a vivir a la Argentina. Allá crecí y fui a la escuela.

- Yo pensaba que eras argentina...

- Sí, o sea, mi vieja es Argentina, de Salta. Yo nací en Chile, tengo documentos chilenos y todo, porque mi papá es chileno, pero crecí en Rosario.

- ¿Qué pasó después?

- Cuando entré a la escuela me sentía como bicho raro, porque la mitad o más de la mitad de mi clase eran hijos de padres separados o divorciados, pero a la salida igual el padre los iba a buscar, paseaba con ellos, les compraba un helado y les ayudaba a hacer las tareas.

A medida que fui creciendo, me empecé a cuestionar por qué yo no tenía eso y le empecé a preguntar a mi mamá.

- ¿Ella no rehizo su vida, no encontró otra pareja?

- No. Ella prefirió quedarse sola. Por elección propia. Igual yo la entiendo, tuvo una mala experiencia con un tipo y nunca más quiso saber nada con los hombres. No pudo confiar. Encima que estaba sola, con una niña y su familia no la apoyó mucho tampoco. Al final, ella se dedicó a criarme y a trabajar como loca. No la culpo para nada, si es eso lo que querés saber...

Es más, yo pienso que mi madre fue una mujer valiente, ¿sabes? No se rebajó a rogarle a mi viejo por dos mangos de pensión alimenticia. Se enfrentó a todo ese discurso tradicionalista de "cómo eres capaz de dejar a la nena sin padre", "pobrecita, va a crecer sin una figura paterna", y todas esas fracesitas prefabricadas que sólo pueden salir de la boca de un boludo.

Además, me sacó de un país en el que yo no iba a tener ninguna oportunidad. Imagínate que mi certificado de nacimiento dice "hija ilegítima", ya con eso empezamos mal.

Argentina no es un país perfecto, lejos de eso. Pero allá pude ir a la universidad y hacer lo que me gusta, sin tener que hipotecar la casa de mi mamá y endeudarme hasta la otra vida.

Con lo que cuesta ir a la universidad en Chile, habría tenido que terminar la secundaria y pasar directo a esos "trabajos basura" en centros de llamados o vendiendo cualquier mierda en el centro comercial.

Entonces, tú comprenderás que yo no puedo condenar a mi madre... Al contrario, ella me sacó adelante como PUDO. Hasta tuvo que rogarle a un juez para poder sacarme de Chile sin la firma de padre. Le demostró que él sólo me había dado el apellido y nada más, y lo hizo porque consideró que en Argentina iba a tener un futuro mucho mejor.

- ¿Nunca tuviste curiosidad de conocerlo? -La interrumpo yo.

- Y sí... Cuando era adolescente, lo contacté. Necesitaba verle la cara, ver si yo tenía algo de él o no, saber si era una persona real y no ente abstracto. Me mandó un billete de avión para ir a Santiago. Mi vieja me llevó de Rosario a Buenos Aires y yo sentía que iba a explotar en cualquier momento. En el aeropuerto de Ezeiza pensé que se me iba a salir el corazón por la boca.

Llegó la hora de embarcar, mi madre me abrazó y me dijo al oído que en Chile iba a aprender una lección muy importante. En ese momento no entendí lo que quiso decir, me di cuenta años después.

Cuando llegué a Santiago todo fue re simpático, ¿viste? Mi padre me fue a buscar al aeropuerto y de inmediato hubo mucha química. Los dos estábamos nerviosos, como en una cita a ciegas, porque eso era en el fondo: ir a encontrarme con un completo desconocido para ver si teníamos cosas en común. No sabía si saludarlo de beso en la mejillas o con un apretón de manos. Lo primero que me impresionó fue su sentido del humor. Tenía un chiste o una broma a flor de labios todo el día.

Durante dos semanas me llevó a comer a un restorán típico, a conocer el centro de la ciudad, al zoológico, pasear por los parques, tomar helados... Todas esas cosas que se supone que hacen los padres con sus hijos cuando están chiquitos, pero yo recién lo estaba experimentando a los 17 años.

- ¿Lo disfrutaste?

- Me trató bien, pero de todas formas yo lo seguía sintiendo como un extraño. A pesar de tener cierto parecido físico, sobre todo en los gestos, pero en las cosas que importaban no teníamos realmente nada en común. Él era fanático de Alan Parsons, en cambio a mi me gustan Los Redondos de Ricota, Fabiana Cantilo y Juana Molina.

- Te gustó el país, al menos...

- No tanto... O sea, el centro de Santiago es simpático, podés subir a los cerros que son re turísticos, podés ir al mercado a comer mariscos... Del casco histórico ya no queda nada. Él me explicaba que las constructoras se hicieron montón de guita echando abajo la arquitectura de influencia europea del siglo XIX para construir unos bloques de departamentos de veinte pisos, todos cuadrados, grises y feos donde la gente se endeuda y vive con la mujer y los pibes en 35 metros cuadrados. Tenés otro bebé y lo tenés que meter en el baño porque ya no hay más espacio. En eso yo no cambio Buenos Aires.

- ¿Él te hablaba de todas esas cosas?

- Sí, y de política también. De eso no recuerdo mucho, porque al parecer era un quilombo. Me preguntaba por mi vida, si iba a la escuela, si tenía amigos, si tenía novio... Me dijo que tenía que cuidarme y usar siempre condón, porque después me podía arrepentir. Supongo que hablaba por experiencia propia... Las típicas boludeces que le preguntás a una adolescente para entablar una conversación.


- ¿Y luego?

- Lo que duró mi estadía en Chile, salíamos todos los días, nos llamábamos por teléfono, me contaba chistes... Me hacía reír un montón. Pero mi viaje terminó y tenía que volver a mi vida normal en Rosario. Cuando mi mamá me encontró en el aeropuerto, me abrazó con los ojos llenos de lágrimas pero no me dijo nada. En el carro hablamos puras pavadas.

Los meses que siguieron, hablaba con mi viejo por Skype cuando volvía de la escuela, yo le enseñé a usarlo.

Un día no se conectó... Ni el siguiente, ni el siguiente... Hasta que un día apareció para explicarme que no podía hablar más conmigo. Su esposa, la señora que conoció después de mi mamá, le armó un quilombo y lo obligó a elegir entre "su verdadera familia" o yo.

Yo estaba destrozada... Por primera vez en mi vida experimentaba lo que es tener un padre y ahora lo volvía a perder. Mi vieja me abrazaba y sólo atinó a decirme que uno debe tener cuidado con lo que desea, porque luego se cumple y viene la hora de afrontar las consecuencias.

¡Tenía tanta rabia! Contra el mundo, contra mi padre, contra su esposa... Después entré a estudiar psicología en la Universidad de Buenos Aires, y en los talleres grupales fui procesando mi historia, mis vacíos, mis dudas existenciales... Luego hice las prácticas clínicas en una institución psiquiátrica, un lugar bien feo donde los enfermeros hacían lo que querían con los pacientes y a nadie le importaba.

Ahí trabajé con esquizofrénicos, alcohólicos y depresivos, también con adictos a las drogas. Me tocaba asistir como oyente a las sesiones de terapia con los familiares, con los padres y los hermanos.

Y me di cuenta de que tener una figura paterna en tu vida, en realidad no garantiza nada. Descubrí que a pesar de ser hija de madre soltera y no deseada por mi padre, igual estaba de pie, que sin figura masculina presente igual había logrado construirme a mí misma, ser una chica madura, con metas, que estaba estudiando una carrera en la universidad; mientras que otros sí lo tuvieron y sus vidas eran una cagada. Entonces, dejé de auto-compadecerme y decidí que el hecho de no haber tenido padre no me convertía por defecto en una persona "incompleta".

Recuerdo que volvía a mi casa, después de las prácticas y me agarraba la cabeza, no podía entender por qué toda la vida la sociedad me hizo sentir que yo era "distinta", siendo que en el Neuro veía padres que eran alcohólicos, que le pegaban a la mujer, que torturaban o violaban a los niños o que pagaban para que los médicos le "arreglaran" al hijo, pero ellos se mantenían al margen del proceso de terapia.

En cualquier escuela de psicología te van a enseñar que el padre es tan importante como la madre en el proceso de desarrollo emocional y afectivo del niño, pero con el alcance de que un mal modelo de paternidad puede hacer incluso más daño que no tener padre.

Unos años después me titulé y gané una beca para hacer un master en Suiza. Aquí conocí a Einarsson, totalmente consciente de que yo en él espero encontrar una pareja y no el sucedáneo de una figura paterna.

El mesero se acerca y nos indica que ya van a cerrar. Pagamos la cuenta y volvemos caminando al departamento, totalmente en silencio.

Nota: los nombres y hechos utilizados en esta historia no tienen ninguna relación con la realidad. 

Dedicado a todas las "Silvinas" que dan vueltas por el mundo.

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