Influencias

lunes, 28 de marzo de 2022

Barcelona

    Salgo del hostal con el cabello mojado porque el secador del cuarto no funciona. 

    Tomo la calle Carrer de Corsega en dirección a la Sagrada Familia con la intención de parar en el primer bar que me parezca interesante. Para mi decepción, sólo encuentro farmacias, tiendas de artículos para mascotas, uno que otro carísimo bar-restaurant aspirante a internacional y un supermercado Carrefour Express. 

    Me detengo en un kiosko para ver si tienen unas revistas de costura que ando buscando pero, al dar una mirada rápida al stock, me doy cuenta de que no las tienen. 

    Salgo de mi abstracción textil y, para mi suerte, otra turista que estaba a mi lado le pregunta al vendedor dónde puede encontrar bares interesantes. « Usted sigue todo derecho, al final esta calle se junta con la avenida Diagonal. Doble a la derecha y se encontrará con el barrio Gràcia », le responde el kiosquero. 

    La turista, que por su acento me atrevo a decir que es argentina o uruguaya, le da las gracias al vendedor y sigue su camino. 

    Yo hago lo mismo. Sigo al pie de la letra las instrucciones del señor del kiosko y doblo a la derecha al llegar a los jardines de Salvador Espriu. 

    En lugar de bares a la moda y gente sentada en la terraza bajo los quitasoles, encuentro ciclistas furiosos esquivando automóbiles, barceloneses saliendo del trabajo, aguantando el cansancio en la parada del bus, más farmacias y una librería-papelería de las antiguas, como las que ya no existen ni en Francia ni en Chile. 

    Entro, y lo primero que me invade es ese olor a papel caliente recién saliendo de la fotocopiadora. Sin buscarlas,  encuentro las revistas de costura que no estaban en el kiosko : las ediciones españolas de Burda Style y Burda Style Easy. 

    Tengo curiosidad de ver lo que tienen en el sector papelería, al fondo de la tienda, y para mi sorpresa, en medio de todos los cuadernos cuadriculados con espiral, encuentro ¡cuadernos empastados, a la antigua ! Muy parecidos al que alguna vez tuve como diario de vida en Chile. No puedo aguantar la tentación y compro uno con páginas blancas y otro con las páginas lineadas. 

    Lo que son las coincidencias, justo esta tarde, la vendedora de un « Concept Store » (¿alguien podría explicarme qué mierda quiere decir ese término como estrategia de marketing?) quería convencerme de comprar una libreta de marca alemana a 30 euros sólo porque tenía las páginas negras y venía con un lápiz de tinta blanca, le cambié el tema y salí de la tienda. 

    Pago las revistas y los cuadernos en la caja y le pregunto a la vendedora dónde podría encontrar bares con un poco de ambiente donde tomar un trago y comer tapas. 

    Ella responde que debo caminar derecho y doblar a la derecha por Goya, seguir caminando hasta la plaza y que en ésta encontraría un local llamado « Candanxú ». Me hace un plano muy sencillo pero eficaz en un pequeño Post-it horizontal. La señora hace el dibujo de la plaza de la Vila de Gràcia por el lado del pegamento, entonces cuando trato de pegar el mini-mapa en mi cuaderno, sólo se puede ver la cara virgen de la nota. 

    Al llegar al lugar indicado, doy la vuelta de la plaza como un pirata que busca un tesoro en piezas de oro. Cuando lo encuentro, me percato de que está cerrado y que en realidad no se llama « Candanxú », sino que « Nou Candanchú », sutilidades de la lengua catalana : una extraña fusión entre el francés y el castellano.  

    Como premio de consuelo, entro al único bar que me inspira confianza como mujer que viaja en solitario : un bar de moda, con decoración de estilo industrial, música electrónica de mierda y precios parisinos. 

    Pido una copa de Sangría y un sandwich de pan integral, ricotta, espinacas, pesto y queso de cabra con la sincera intención de comer más sano y ligero que al almuerzo, pero me lo sirven con una contundente porción de papas fritas al lado. 

    En la mesa de al lado hay un grupo de jovencitas. Las escucho conversar y tengo la impresión de que hablan en catalán, pero luego veo que le hablan en inglés al mesero y le piden que les saque fotos grupales con sus respectivos teléfonos para subirlas a las redes sociales. 

    En la mesa de al frente, hay una pareja que llegó con un paquete de ropa de cama, como si se prepararan para un invierno que ya se va. 

    En la otra mesa, tres amigos se cuentan como estuvo su día mientras comen frituras y beben agua servida en botellas plásticas de tamaño individual y un vaso de vidrio (punto para los restaurantes franceses que nunca le niegan el agua de la llave a los clientes y no lo cobran extra). 

    Mi copa de Sangría se termina, la porción de papas fritas desde el plato me sigue instigando a pecar y la música electrónica ya se puso más insoportable. Es hora de seguir mi camino y descubrir las sorpresas del barrio Gràcia de noche.

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