Por debajo de la puerta entra mucha agua por todos lados. Quiero escapar, y para eso necesito levantarme de la cama, pero mi cuerpo está rígido. Unas cuerdas invisibles me sujetan a ella y no puedo moverme.
El agua ya superó el nivel de mi almohada y sigue entrando con una fuerza cada vez más insospechada. Tomo aire y contengo la respiración, pero tengo claro que dentro de unos minutos mi estrategia será inútil. Sólo podré aguantar un momento bajo el agua sucia y pestilente.
Mi cuarto esta completamente inundado y siento que mis días en este mundo llegaron a su fin. No puedo respirar, pero estoy tranquila. Estoy consciente de que este sufrimiento será momentáneo y que después voy a estar mejor que en este lugar, lejos del encierro, de las órdenes y de los protocolos.
No trato de luchar, ya no intento mover los brazos ni las piernas. Acepto mi destino con confianza y me dejo llevar. Estoy tranquila porque sé que voy a encontrar la paz que aquí jamás he tenido. Sé que en este lugar nadie va a extrañarme y es mejor que así sea. Nadie saldrá herido con mi partida.
Cierro los ojos y sonrío, esperando que al otro lado todo sea mejor que en esta prisión dorada…
- ¡LEVÁNTATE!, ¡ya es la hora! Dice mi tía, arrancándome las coberturas de los dedos.Si no fuera porque Birjit otra vez me despertó a las cinco y media de la mañana para ir a rezar al oratorio.
Ella es católica practicante. Tanto, que no descansó hasta convertir a todo el palacio en un santuario de la devoción y de la pureza. Tal vez por eso siempre fue la nuera consentida de mi abuelo…
Birjit se encarga de mi educación y de mi crianza. Mi madre murió cuando yo tenía cuatro años y mi padre no se preocupó mucho de mi. Delegó mi cuidado en las manos de su cuñada. Él estaba demasiado ocupado asumiendo responsabilidades como sucesor del imperio.
Después de todo, en mi familia los hijos y la crianza son “asuntos de mujeres”. Al menos eso es lo que decía mi abuelo, el emperador José Ramón Videla Ugarte, ex comandante en jefe de las Fuerzas Armadas.
No puedo seguir hablando del tema. Por lo menos hasta que encuentre un lugar secreto para este cuaderno. Mi abuelo prohibió en el palacio cualquier mención a la antigua forma de gobierno. El amenazó a todo el mundo con un “castigo ejemplar”. Cuando el viejo perdía la cabeza (lo cual era frecuente) era cosa seria y lo mejor era no contradecirlo.
Todo comenzó con la llegada de los Van Der Vogen al palacio. En aquella época, el tío Edgar, hermano menor de mi padre, era un hombre animoso y alegre. Todos los admiraban por eso, yo me incluyo. Como él no era heredero al trono, no sintió la presión de casarse con una mujer de su misma posición social.
En una de sus “correrías”, como las llamaba mi abuelo, el tio Edgar conoció a Birjit Van Der Vogen, hija del dueño de un pequeño hotel de paso ubicado en la periferia de Amsterdam.
Sin título nobiliario y sin fortuna, a mi abuelo casi se le cayó el pelo y por poco se le revienta la úlcera cuando se enteró de la unión secreta de su benjamín con semejante doña nadie. Su único atributo era “ser rubia”. Al menos eso le ayudaría al moreno tio Edgar a “mejorar la raza”, como decía el dictador cada vez que estaba borracho.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Su comentario es mi sueldo.