Mi nombre es Angela, tengo 75 años y todo un camino recorrido, y que llevó a un punto donde yo realmente no quería estar. Escribo esta carta con mi propia letra y la meto en esta botella de vidrio para lanzarla al mar, y de ese modo, espero que llegue a algún lugar recóndito de algún océano desconocido, cerca de las ciudades que siempre quise visitar.
Estoy en la orilla de esta playa completamente sola. Nunca tuve hijos, pero no porque no los quisiera, sino que nunca me sentí realmente capaz de criarlos y de convertirlos en personas. Siempre pensé que podría estar preparada a los 27, después a los 30, 40... Hasta que se me fue el tren.
En todos los años que viví, creo que mi error más grande siempre fue hacer lo que otros querían.
Al contrario, hice todo lo que la sociedad me exigió: fui la estudiante modelo, entré a la universidad, estudié una carrera, me gradué y trabajé 14 horas diarias de domingo a domingo, saqué cuenta corriente y me metí en un crédito hipotecario para comprar una casa que nunca usé, y de esa forma, comprar mi ansiada y anhelada libertad.
Me siento culpable por pensar esto, pero tal vez por eso no sentí tanta pena cuando mis padres murieron hace 20 años. De un día para otro ya no tenía el problema de tener que elegir entre querer a una faceta de mi padre (la que yo conocía y odiar las demás) o estar obligada a quererlo sólo porque era mi padre.
De pronto, ya no tenía que soportar las recriminaciones de mi madre y aguantar que me hiciera el vacío cada vez que yo no estaba de acuerdo con alguno de sus caprichos. Sé que tengo mi lugar asegurado en el infierno por decir esto, pero me sentí totalmente aliviada.
Siempre quise ser madre, pero nunca hallé al hombre correcto, ni la casa perfecta con el patio perfecto, ni el trabajo perfecto con el horario perfecto y el sueldo perfecto.
Alguna vez conocí al único que me pidió que me quedara cuando quise mandar todo a la mierda, el único que corrió detrás mío cuando yo salí arrancando de él, pero los planetas nunca se alinearon para que estuvieramos juntos.
Cometí el error de callar muchas cosas, como decirle que fué la única persona que me pidió que no me fuera, que fue el único que no me exigió cosas que yo no quería hacer. ÉL fue el primero con el que me permití sentir algo, y aún así callé.
Cometí el error de callar muchas cosas, como decirle que fué la única persona que me pidió que no me fuera, que fue el único que no me exigió cosas que yo no quería hacer. ÉL fue el primero con el que me permití sentir algo, y aún así callé.
No le pedí que se quedara cuando él decidió seguir su camino.
Ahora espero que esté bien y que haya sido feliz con las decisiones que tomó.
El corazón pesa alrededor de 450 gramos, pero ¿cuántos secretos es capaz de guardar? A lo largo de toda una vida, ¿cuántas son las cosas que tiene que callar?
Al final de la vida, se supone que una persona debe estar agradecida por todos los momentos vividos, por todas las experiencias, conforme con todas las cosas que hice y agradecida por conocer a toda la gente que me acompañó en este recorrido. Y lo estoy.
Sin embargo, en este momento mi corazón no está lleno de gratitud. Está lleno de dudas, de cosas que no dije, de cosas que pensé y que no debí pensar (pero que no puedo evitar). Está repleto de cosas que me callé y que ni siquiera ahora soy capaz de expresar con palabras.
No me las llevo a la tumba, porque nunca quise una. Me las llevo al agua, quiero que todas las cosas que no dije salgan a la luz, que lleguen a algún lugar lejano y recóndito. En esos lugares donde siempre quise estar.
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